Selección de poemas de A ras del mar, Ed. Torremozas, Madrid, 2014.
Blindé tenue el azul.
Un paso caído por las capas del tiempo
y esquelas desleídas
en las palmas de los huesos.
Pervive el retrato horadado al mañana
que anclaron nuestros cuerpos,
cuerpos
que ya clausuraron el miedo.
«Serme en tu memoria»
Quiero posarme en tu tiempo,
ser hilo constante en el engranaje
de tus recuerdos.
Quiero hacerme vida en un pasado remoto
del que olvidaste el comienzo.
Quiero estar cuando mires atrás,
detrás de todo,
más allá de ti.
Quiero ser cristal de tu rutina,
átomo de tu primer bostezo,
cabo de tu último pensamiento.
Quiero serme en ti
y que pase el tiempo…
«Tragaluz»
Un tragaluz tus ojos;
mi mirada, vaina de tu invasión.
Y lo eterno se doblega ante el instante.
«Ausencia»
Apenas un rasguño en el tiempo
tu ausencia y ya derivo.
Un pestañeo desde mi silla
es una búsqueda sin patrón,
desequilibrio que sacude hombros,
el asalto al sereno
con los ojos del laberinto
para robarle una ruta;
círculo que deshace
el anzuelo cuando anhela
alcanzar el vórtice;
la llave, al fin,
que sobrevivió a su cerradura
y no descansa
hasta morir.
«Sólo tú sabes»
Sólo tú sabes robarme,
ganarle el pulso a las hormigas que me trepan,
rescatarme de la fuente de la poesía,
del origen vacío de las palabras,
del aljibe hosco que desatan las ausencias.
Sólo tú sabes
desnudarme al único sol.
«Dices…»
Dices que no te conozco.
Yo, aun en la distancia,
te tomo el pulso cada día,
instante a instante, te respiro.
Te leo
en el vaivén de tus mareas.
Te descifro
en el atlas oculto de tus anhelos.
Navego
a merced de tus risas,
de tus temores,
de tus ansias de mí.
Cuando me acercas
cuando me alejas
cuando me adoras,
cuando detestas las sombras
que voy desplegando
en lo que te parecía
la vida.
Te conozco.
Yo siempre estuve.
«Luna llena en perigeo»
La luna seducía a la tierra.
Veinte años de cortejo
para tan audaz acercamiento.
Retiradas las olas por el influjo del astro,
secas las orillas,
peces sin luz las fueron sembrando.
Yo nadaba en tu mar,
tu fuente de corales me acogía.
Penínsulas devinieron lo que habían sido islas.
Caminaban niños distraídos entre conchas y doradas
palpitantes hacia su fin de sequedad lívida.
Yo fluía de tu mano, de tu boca,
de tu abrazo de agua vital infinita.
La luna se asomaba con descaro,
yo flotaba en el vientre de una cebra;
el paraíso, una carpa entre tus manos;
inundabas laberintos y frutales,
la luna llena en perigeo fue nuestra albacea.
Bellos poemas Milagros….